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Que la fotografía y los periódicos se deben favores mutuos parece fuera de toda duda. Es cierto que tuvieron que vivir separados durante mucho tiempo y que muy a finales del siglo XIX se encontraron gracias al engaño de los medios tonos, para no separarse nunca jamás. Hemos dicho engaño. Porque la foto en los medios impresos es un engaño nacido de la tecnología, mediante la que podemos apreciar como tono continuo aquello que no es más que puntos negros en una superficie de papel malo. Pero, ¿a quién le importa?
Lo verdaderamente clave para quienes nos dedicamos al mundo de la información y para quienes reciben los mensajes es que la simbiosis del texto y la imagen en nuestras publicaciones cotidianas ha demostrado tal capacidad de comunicación que, aun hoy, podemos recordar nítidamente sucesos acaecidos años atrás porque esa imagen impresa en papel de periódico ha dejado nuestra retina impresionada para siempre.
No hacen falta ejemplos. Todos recordamos fácilmente algunos. Este artículo quiere detenerse en uno de esos impactos que la memoria colectiva retiene y que, desde infinitos puntos de vista (sociales, políticos, técnicos, escandalosos, espectaculares o divertidos) forman el bagaje más esencial de lo que conocemos como Fotoperiodismo.

Don Torcuato quería hacer un periódico diferente y no duda, desde el principio, en procurar los medios más modernos para conseguirlo. Entre ellos, la fotografía destacaba con autoridad a principios del siglo XX, aunque muchos periodistas tradicionales consideraran entonces que aquello no era serio.
La idea del dominio de noticia a través de la imagen lleva al periódico a proponer a sus lectores un curioso reto. La boda del entonces rey de España, Alfonso XIII, será la ocasión. El 31 de mayo el diario publica el siguiente anuncio: “ABC abonará 25 pesetas por cada fotografía de la comitiva regia que acepte y publique en su número del viernes”.

El autor de la fotografía, Luis Mesonero Romanos, es un estudiante que había aceptado el reto de ABC con una máquina que su padre le había regalado. Y llega al diario con el negativo que dará la vuelta al mundo y será considerado en su tiempo “el éxito informativo más grande que se conoce en los anales de la Prensa”.


Pero Mesonero Romanos no fue el único que colocó su cámara al paso de la comitiva real. Nombres de prestigio en el mundo fotográfico como el de Fraseen, Díaz Casariego o Goñi ofrecieron documentos gráficos de calidad, pero ninguno como el del estudiante madrileño.
Luis Mesonero Romanos se había situado en el Pretil de los Consejos, en la calle Mayor; y disponía de un buen ángulo, pues la carroza real tuerce para enfilar la calle de Bailén hacia Palacio. No llegaría a hacerlo.
No parece tan descabellado como decía ABC entonces que muchos lectores pensaran que esta primera exclusiva fotográfica fuera un mero dibujo. Por muy diversas razones. Primero, porque la mayoría de los diarios no daban fotos. No podían hacerlo técnicamente y, lejos de valorarlas, preferían tildar a quienes las ofrecían como periódico de ‘monos’.
También porque la alta especialización y destreza de los grabadores cuyas ilustraciones acompañaban habitualmente la palabra impresa habían conseguido reproducciones realistas tan precisas que no hubiera sido extraño recrear el atentado para un público ávido por saber más sobre el tema al día siguiente.

Pedro Pérez Cuadrado
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